Jean-Jacques Rousseau
por Alexsandro M. Medeiros
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publicado en jul. 2022
Considerado uno de los pensadores más influyentes de la Ilustración francesa, la filosofía política de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) influyó en Europa de tal manera que Afonso Bertagnoli – autor del estudio crítico de la edición de Ediouro (ROUSSEAU, 1999b – traducción nuestra) – afirma que su obra, El Contrato Social, “fue como el evangelio de los partidos políticos en la época de la Revolución Francesa”.
Antes de ganar notoriedad como filósofo, Rousseau intentó innovar en el campo de la música y fue gracias a la música que conoció a Denis Diderot (uno de los organizadores de la famosa Enciclopedia). En 1752, Rousseau compuso lo que se convertiría en su obra musical más exitosa, la ópera El adivino del pueblo (Le Devin du Village).
La ópera cuenta la historia de dos campesinos, Colin y Collete, enamorados el uno del otro. Colin, a pesar de su sincero amor por Colette, traicionó a su novia con una dama rica y elegante de la ciudad. Desesperada ante la idea de haber perdido a su amante, Colette decide buscar a la adivina del pueblo [...] En la última escena de la ópera se representa la celebración del amor de Colin y Collete. El adivino había invitado a todos los jóvenes del pueblo para que, celebrando la alegría de la joven pareja, aprendieran a imitarlos, cantando su alegría, aprendiendo a sentir. La ópera termina con una canción compuesta por el adivino [...] (MEDEIROS, 2008, p. 47 – traducción nuestra).
Como filósofo comenzó a ganar notoriedad a partir de su amistad con Diderot y del premio que obtuvo de la Academia de Dijon por su obra: Discurso de las Ciencias y las Artes.
La amistad con Diderot le dio a Rousseau un espacio entre las editoriales parisinas y pudo iniciar su carrera como escritor. Diderot y D'Alambert invitaron a Rousseau a escribir la entrada sobre Música en la todavía poco conocida Enciclopedia (sólo se había publicado el primer volumen). Fue también Diderot quien le ayudó en la redacción del ensayo, Discurso sobre las ciencias y las artes, que Rousseau presentaría al concurso de la Academia de Dijon donde los candidatos debían responder a la pregunta: Si el progreso de las ciencias y las artes las artes habían contribuido a corromper o mejorar las costumbres. En 1750 llegó el anuncio de su premio por parte de la Academia: “la obra había ganado el primer lugar [...] tuvo el reconocimiento que buscaba y recibió un premio razonablemente bueno en efectivo. No fue con la música como él esperaba, sino con la filosofía” (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 27 – traducción nuestra). Diderot ayudó a publicar el ensayo en el mismo año que murió Rousseau
recibiendo cartas de críticos cuyas respuestas tardaron mucho tiempo. Una tarea que, poco a poco, se volvió penosa, sin embargo, no más que las visitas que le robaban el tiempo hasta para seguir pensando y escribiendo. Según Rousseau, su pequeño salón era visitado constantemente por personas de la alta sociedad que querían tenerlo en sus salones para cenas y fiestas. Como se negaba, se convertía en un premio cada vez más caro, y todos disputaban su presencia, porque la curiosidad era saber cómo vivía aquel hombre, en su pobreza e independencia, que se había atrevido a escribir ideas tan fuertes en su Discurso (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 27-28 – traducción nuestra).
En 1755 publicó su Discurso sobre el origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres.
En 1762, la fama comienza a dar paso a la persecución: condenado en París y Ginebra por sus obras Emilio y El Contrato Social, Rousseau sólo volvería a tener días de gloria tras su muerte. “En París, hubo una censura del Arzobispo Christophe de Beaumont en su Carta Pastoral, en la que advertía a los fieles que Emilio era un libro impío y prohibía su lectura” (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 9 – traducción nuestra). Esta censura de la Iglesia fue decisiva para que el parlamento parisino decretara la detención de Rousseau. La respuesta de Rousseau llegó a través de la Carta al arzobispo Christophe de Beaumont donde Rousseau “argumenta que no tenía sentido censurar a Emilio ya que otras obras del autor, como El discurso sobre la desigualdad (1754) y Julie o la nueva Eloísa (1761) contenían ideas muy parecidas a las de Emílio y no fueron censuradas” (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 10 – traducción nuestra). En su Ginebra natal, tanto Emilio como el Contrato fueron censurados, lo que agravó la situación política de Rousseau en esa ciudad.
Condenado y con órdenes de arresto emitidas, Rousseau tuvo que esconderse. Primero en Yverdon, luego Neuchâtel, Moitiers, la isla de Saint Pierre en Berna. En 1765 viajó a Inglaterra, “aceptando la cortesía que tan amablemente le había brindado el filósofo inglés David Hume para escapar de las incesantes persecuciones que lo azotaban en el continente” (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 13 – traducción nuestra). Una amistad con el filósofo inglés que duró menos de un año.
Siempre envuelto en conflictos, Rousseau regresa a París con el nombre en clave Renou. En 1768, ya usando su nombre, Rousseau, se casa con Thérèse y publica “su Diccionario de la música, arte con el que […] hasta los 35 años esperaba alcanzar la fama en París. En 1770 concluye las Confesiones, que lee en los salones parisinos no sin cierto escándalo” (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 39 – traducción nuestra). También escribió: Consideraciones sobre el Gobierno de Polonia y su Proyecto de Reforma (1771); Rousseau, juez de Jean-Jacques (1775) y los Sueños del vagabundo solitario, que quedó inacabado.
Tras su muerte en 1778 se convirtió en un símbolo por sus ideas. En 1780, dos años después de su muerte, un busto de Rousseau fue llevado triunfalmente en París y un año después la rue Platrière recibió su nombre. En el mismo año, la Asamblea Constituyente de Francia aprobó la construcción de una estatua de Rousseau y concedió una pensión a su viuda Thérèse de le Vasseur. Sus restos, que fueron enterrados en la isla de Peupliers, “fueron trasladados al Panteón el 11 de octubre de 1794, al son de arias del Advinho del pueblo” (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 41 – traducción nuestra).
Si bien Rousseau se destacó por sus ideas políticas, sus escritos se refieren a una gama muy variada de temas “como la moral, la política, la economía, el derecho, la antropología, la sociología, la pedagogía, la filosofía, la lingüística, etc., la crítica de arte, la notación musical, la botánica, incluida la química, sin olvidar su propia creación literaria (novela, teatro)” (PAREDES, 2006, p. 10 – traducción nuestra).
El filósofo, en el conjunto de sus obras, nos alertaría sobre la compleja relación entre el hombre y la sociedad, destacando, entre otras cosas, las formas de “corrupción” del hombre por la sociedad. El hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe. El hombre en su estado natural es un ser puro, desprovisto de cualquier forma de corrupción. Sin embargo, a través de su convivencia en sociedad adquiere nuevas “necesidades”, y con ellas surgen nuevos deseos que pretenden ser cumplidos. A través de la interacción social, el hombre se convierte en un ser degradado y descompone sus estructuras. El hombre crea nuevas necesidades, surgidas de la vida en sociedad, y por tanto, quiere satisfacerlas. De esta manera, comienza a actuar de acuerdo a estas necesidades.
El primer discurso: sobre las ciencias y las artes (1750)
Un día, cuando iba a visitar a su amigo Diderot por el camino de Vincennes, Rousseau fue presa de un intenso entusiasmo y, sentado a la sombra de un roble, escribió algo con gran entusiasmo: el boceto de lo que sería su Discours sur les Sciences et les Arts (Discurso de las ciencias y las artes). En la segunda carta a Monsieur Malesherbes del 12 de enero de 1762, escribió en detalle sobre la repentina iluminación que se produjo en el camino de París a Vincennes.
Si por casualidad algo se pareció a una inspiración súbita, fue el movimiento que se produjo en mí en esta lectura; de repente sentí mi espíritu deslumbrado por mil luces; multitudes de ideas vivas se presentaban al mismo tiempo con una fuerza y una confusión que me sumían en un torbellino indecible; Sentí que mi cabeza se llenaba de un estupor de borracho. Una violenta palpitación me oprimió, sacudió mi pecho; ya sin poder respirar caminando, me dejé caer debajo de uno de los árboles de la avenida, y allí pasé media hora en tal agitación que, al recobrarme, noté toda la pechera de mi abrigo mojada con mis lágrimas, sin haber sentido que me las derramaba. ¡Vaya! Señor, si hubiera podido escribir la cuarta parte de lo que vi y sentí debajo de ese árbol, con qué claridad hubiera mostrado todas las contradicciones del sistema social, con qué fuerza hubiera expuesto todos los abusos de nuestras instituciones. ¡Con qué sencillez habría mostrado que el hombre es naturalmente bueno, y que sólo por estas instituciones los hombres se vuelven malos! (apud MEDEIROS, 2008, p. 11-12 – traducción nuestra).
Este primer Discurso fue escrito para participar en el concurso de la Academia de Dijon. “En muy poco tiempo el discurso estaba listo. Rousseau lo entrega a la academia y con ello logra nada menos que el primer lugar, obteniendo así la fama y notoriedad que tanto deseaba” (MEDEIROS, 2008, p. 22 – traducción nuestra).
En este trabajo, Rousseau argumenta que las ciencias y las artes, en lugar de promover el espíritu humano, han corrompido nuestras almas. El argumento principal, o el punto común entre los diferentes argumentos presentados por Rousseau es, como afirma Medeiros (2008, p. 27 – traducción nuestra): “el alejamiento del Ser Humano de la Virtud promovido por las ciencias y las artes, y la consiguiente promoción de un "Parecer Ser”. Las ciencias y las artes promueven los vicios (lujo, poder, corrupción del gusto) mucho más que las virtudes. Esto no quiere decir que las ciencias y las artes sean incompatibles con la virtud. Incluso pueden conducir a esto. El conocimiento necesita ser iluminado por la Virtud porque, separado de la Virtud, conduce a los hombres a las tinieblas. “Sin embargo, el verdadero responsable de la corrupción del alma humana no es el Conocimiento en sí mismo, sino la forma en que la sociedad, y en particular quienes detentan el poder, se relacionan con el Conocimiento” (MEDEIROS, 2008, p. 29 – traducción nuestra). Por eso,
Rousseau termina su primera obra filosófica con un bello y apasionado elogio de la Virtud [...] “Oh virtud, sublime ciencia de las almas sencillas, ¿será entonces necesario tanto trabajo y tantos artificios para llegar a conocerte? ¿No están grabados tus principios en todos los corazones? ¡y no bastaría enseñar tus leyes, penetrar en ti mismo y escuchar la voz de la conciencia en el silencio de las pasiones! Esta es la verdadera filosofía, contentémonos con ella; y, sin envidiar la gloria de estos ilustres hombres que quedan inmortalizados en la república de las letras, tratemos de poner entre ellos y nosotros esta gloriosa distinción que una vez se notó entre dos grandes pueblos: el uno sabía decir bien, el otro hacerlo bien” (MEDEIROS, 2008, p. 30 – traducción nuestra).
El segundo discurso: sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres (1755)
El Discurso sobre la desigualdad se escribió después del artículo Économie Politique para la Enciclopedia. En 1753 la Academia de Dijon creó un nuevo concurso esta vez con el tema: ¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres, y si está autorizada por la ley natural? (Quelle est l'origine de l'inegalité parmi les hommes, et si elle est autorisée par la loi naturelle?). Aunque esta vez no ganó el premio, decidió publicar la obra: entonces envió “al editor Marc-Michel Rey de Amsterdam el manuscrito de su segundo Discurso, que sería publicado el 24 de abril de 1755” (MEDEIROS, 2008, p. 31 – traducción nuestra).
Esta obra merece un lugar especial en la historia de la filosofía, porque tiene ciertas peculiaridades. Primero, el prefacio, dedicado a la República de Ginebra, lleno de implicaciones políticas; luego, se destaca la concepción del hombre natural, de manera original la de sus predecesores, y el pasaje más conocido, aquel en el que Rousseau define el origen de la desigualdad entre los hombres en la propiedad privada (ALMEIDA JÚNIOR, 2013, p. 44 – traducción nuestra).
Pero la obra no fue bien recibida por el público y Voltaire hace una crítica sarcástica de la misma, diciendo que, al leer una obra así, era como sentir la urgencia de “caminar en cuatro patas”, por la forma en que Rousseau se acercaba al hombre natural o al hombre en su estado de naturaleza (VOLTAIRE, Lettre a Rousseau, apud MEDEIROS, 2008, p. 32 – traducción nuestra).
El Contrato Social (1762)
En una Europa todavía dominada por el espíritu absolutista del Antiguo Régimen, Rousseau enfrentó serios problemas a la hora de publicar su obra El Contrato Social, ya que en ella señalaba al pueblo como el origen legítimo del gobierno, afirmación que provocó que su obra y su autor fueran condenados por el parlamento de París, además de decretarse su arresto.
Como contractualista, al igual que los filósofos Thomas Hobbes y John Locke, Rousseau sostiene que la sociedad surge de un pacto, un contrato establecido entre los hombres, que les hace abandonar el estado de naturaleza y organizarse en sociedad. Sin embargo, a diferencia de Hobbes, Rousseau sostiene en su obra El Contrato Social que la soberanía pertenece al pueblo, quien debe transferir libremente su ejercicio al gobernante. Sus ideas democráticas inspiraron a los líderes de la Revolución Francesa y contribuyeron a la caída de la monarquía absoluta, la extinción de los privilegios de la nobleza y el clero, y la toma del poder por la burguesía.
El contrato social es un clásico de la filosofía y la política. En él se discuten cuestiones sobre el origen, formación y mantenimiento de las sociedades humanas entendidas a partir de la celebración de un acuerdo o contrato entre los hombres. El pueblo aparece como el origen legítimo del poder soberano y ya no la figura del monarca. El pueblo se convierte en soberano y el gobernante (monarca o administrador electo) queda restringido al papel de agente del soberano. Rousseau se convierte así en uno de los mayores defensores de la democracia, una forma de gobierno según la cual el poder político debe estar plenamente en manos del pueblo.
Las desigualdades sociales no son naturales, como pensaba Aristóteles (basta recordar que el filósofo griego consideraba natural la esclavitud porque, según él, la naturaleza creaba unos seres para mandar y otros para obedecer, hombres libres y esclavos, buscando así justificar la sociedad esclavista de su época), sino el resultado de una convención establecida entre los hombres. La única forma de asociación natural (por una necesidad instintiva) para Rousseau es la de la familia: “aún así, los hijos sólo están unidos al padre mientras lo necesitan para su propia conservación. Tan pronto como cesa esta necesidad, el vínculo natural se deshace […] Si permanecen unidos, ya no es natural, sino voluntariamente, y la familia misma sólo se mantiene por convención” (ROUSSEAU, 1973, p. 23 – traducción nuestra). Una vez más Rousseau se distancia de Aristóteles, para quien todas las demás derivan de esta sociedad primaria, la familia. La sociedad civil no se formó por extensión de los lazos familiares, sino por convención.
Esta forma de convención sólo puede considerarse ilegítima, pues de ningún modo puede concebirse que un pueblo se enajene de un rey en el que todo beneficiaría a una sola de las partes: esta fue la primera convención y eso solo caracteriza ya su ilegitimidad. Por naturaleza, ningún hombre tiene autoridad sobre sus semejantes, por lo que fue a través de alguna convención que la autoridad del rey llegó a existir. Pero por qué un pueblo se convertiría en súbdito de un rey si éste “lejos de proveer la subsistencia de sus súbditos, sólo deriva la suya propia [...]” (ROUSSEAU, 1973, p. 26-27 – traducción nuestra). Sólo la convención explica la autoridad absoluta y la obediencia ilimitada. Todo parte de una convención y una convención que, en lugar de la libertad natural irrestricta, instala ahora una libertad convencional resultante de un pacto social. El efecto principal del pacto social es dar lugar a una nueva “entidad”, un “cuerpo moral y colectivo” que no es un simple agregado de hombres, sino el “cuerpo político”.
Este acto de asociación produce, en lugar de la persona particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos hay en la asamblea, y que, por el mismo acto, adquiere su unidad, su común yo, su vida y tu voluntad. Esta persona pública que se forma, así, por la unión de todas las demás, tomó antiguamente el nombre de ciudad y, hoy, el de república o cuerpo político [...] En cuanto a los asociados, reciben colectivamente el nombre de personas y son llamados, en particular, ciudadanos, como participantes de la autoridad soberana, y súbditos como sujetos a las leyes del Estado (ROUSSEAU, 1973, p. 33-34 – traducción nuestra).
El pacto social que dio origen a la sociedad surge con la institución de la propiedad privada. El pacto social, en efecto, era un pacto propuesto por los más pudientes que, en lugar de restablecer la igualdad y la libertad naturales, perpetuaría las relaciones injustas entonces imperantes. Este pacto sería el reconocimiento público de la desigualdad y la victoria de las propiedad sobre la libertad.
En este sentido, podemos decir que para Rousseau existen dos tipos de contrato: uno fáctico y otro ideal. Rousseau nos presenta dos tipos de contrato entre individuos: uno que habría sido forjado por los “ricos”, aquellos que se convirtieron en dueños de la propiedad privada (contrato fáctico) y otro contrato que debería haber sido firmado entre ciudadanos libres e iguales (contrato ideal).
Así, Rousseau afirma que la primera razón que llevó a los hombres a percibir la conveniencia de algún tipo de contrato fue el intento de legitimar el terreno del que se habían apoderado, transformándolo en propiedad. Se creó así un pacto entre los ricos o los propietarios, quienes convencieron a los no propietarios de que también les convendría tener un contrato en el que todos se comprometieran a respetar y proteger los bienes adquiridos por cada uno de los contratantes. Lo que sucedió entonces fue una especie de pacto en el que unos se aprovechaban de la ingenuidad y supuesta astucia de otros, haciéndoles creer que participaban en la fundación de una sociedad legítima. Hablamos de ingenuidad y supuesta astucia porque todos los que accedieron al pacto imaginaron que algún día ellos también podrían tener tierra (GOMES, 2006, p. 18 – traducción nuestra).
En cuanto al contrato ideal: ya no es aquel pacto entre ricos que fraguó un contrato ilegítimo entre las partes. Lo que se sugiere, entonces, es que los asociados formen un solo cuerpo que defienda a cada uno de los individuos que lo forman. Este cuerpo sería el soberano y su voluntad, que debe ser siempre el único fin, es la voluntad general. Ahora se trata de legitimar una asociación existente.
Outras Obras
Rousseau escreveu algumas obras autobiográficas a partir das quais podemos compreender melhor não apenas o filósofo, mas também o homem Rousseau, como: As confissões; Rousseau, juiz de Jean-Jacques e Os devaneios do caminhante solitário. Além disso, o filósofo escreveu várias cartas, que formam um volume considerável de material de pesquisa.
Referências Bibliográficas
GOMES, Fernanda da Silva. Rousseau - democracia e representação. Dissertação (Mestrado em Ética e Filosofia Política). Programa de Pós-Graduação em Filosofia. Universidade Federal de Santa Catarina, Florianópolis, 2006.
MEDEIROS, Adriano Melo. Princípios éticos da pedagogia rousseauniana. Dissertação (Mestrado em Filosofia). Programa de Pós-Graduação em Filosofia, Universidade Federal de Pernambuco, Recife, 2008.
Leia mais: https://www.sabedoriapolitica.com.br/news/referencias-bibliograficas-do-contrato/
PAREDES, Edesmin Wilfrido P. A liberdade e a igualdade do homem, no estado natural e social, segundo Jean-Jacques Rousseau. Dissertação (Mestrado em Filosofia), Programa de Pós-Graduação em Filosofia, Universidade Federal de São Paulo, São Paulo, 2006.
ROUSSEAU, Jean-Jacques. Do Contrato Social; DIscurso sobre a origem da desigualdade entre os homens. São Paulo, Abril Cultural, 1973. (Col. Os Pensadores).
____. Do contrato social ou princípio do direito político. Tradução de Lourdes dos Santos Machado. Introdução e notas de Lourival Gomes Machado. Porto Alegre: Editora Globo, 1962.
ROUSSEAU, Jean-Jacques. O Contrato Social: princípios do direito político. Tradução de Antônio P. Danesi. 3. ed. São Paulo: Martins Fontes, 1999.
ROUSSEAU, Jean-Jacques. O Contrato Social: princípios de direito político. Tradução de Antônio P. Machado; estudo crítico de Afonso Bertagnoli. 19. ed. Rio de Janeiro: Ediouro, 1999b. (Coleção Clássicos de Bolso).SILVA, Fabio de Barros. Os Princípios do Contrato Social e as constituições da Córsega e da Polônia. Notandum Libro 10, CEMOrOC-Feusp / IJI-Universidade do Porto, 2008.
texto y citas traducidas con la colaboración de Alexis Guerra
Vea También:
un resumen del libro de Bertrand Russell História da Filosofia Ocidental (en portugués), que contiene una parte referente al pensamiento de Jean-Jacques Rousseau (páginas 141 a 146)
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